A
Laborio Engránez le sangran los pies cuando se cruza con un camino
olvidado. Bien es cierto que se trata de un camino ya muy transitado,
con poco que ofrecerle al mundo moderno, porque sólo tiene gente que
anda por caminos escabrosos y se queja entre dientes, que igual
necesitan comer. Caminan en desorden porque no hay vehículo que se
acuerde de aquellos caminos primitivos en quienes nadie quiere pensar
porque recuerdan la necesidad de trepar árboles y se sonrrojan tras
una servilleta. De esta forma piensa Laborio cuando tropieza con
tramos que ya guardaban el recuerdo de su sangre, es decir que la ira
le hace perder el hilo de la congruencia, especialmente porque logra
enunciar sus sentimientos de modo tal que cualquier rastro de odio se
disimula ante su crítico más suspicaz: él mismo. Entona: “Qué
suerte hay que tener al nacer”, y cada sílaba marcha un paso
cuesta arriba, hacia el final del arcoíris.
1 comentario:
Ya lo extrañaba. :)
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