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Y así nos quedamos todos todos: estáticos.
Con el rifle bajo la almohada y el espíritu ardiendo, permanecimos sentados frente a la radio o la ventana en espera de una señal.
En espera de que otro iniciara la tertulia para irnos tras él a tronar los cohetes.
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Y es que no sabíamos que otro es sólo un espejismo en el imaginario colectivo.
Que la Historia no puede observarse sino cuando que se forja con las manos desnudas.
Y que ningún Quetzalcóatl volvería para liberarnos del onírico estanque en que se transformó nuestra realidad.
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