Con la cabeza recostada de lado y los párpados cubriéndome la mitad de los ojos, vi entrar una silueta que no alcancé a distinguir certeramente, entre haces de luces coloridas que danzaban ocultándose en la sombra, hasta que su respiración se escuchaba -profunda y discreta- a menos de un metro de mí. Con sólo ver los pliegues de su vestido me bastó para saber que se trataba de ella y sin necesidad de cruzar miradas lo deduje el resto: había amarrado su cabello en una coleta y lo adornaba con un prendedor de oro con brillantes que le había regalado su abuela, como solía hacer las sofocantes tardes de verano que aprovechaba para pasear en carro al campo, resplandeciente y ocultando la soberbia de su hermoso rostro tras un abanico; su mano izquierda había sustituído el rehilete habitual por un pañuelo perfumado que escurría lágrimas y mocos; su vestido había sido manchado de tierra en el instante en que cayó de un árbol al escapar por la ventana de la custodia paterna, y por lo mismo -imagino- le faltaba un zapato; el rumor de mi muerte se escabuyó por debajo de la puerta y escaló por las paredes hasta su habitación, donde hizo acto de presencia despertándola con un discreto sobresalto.
Ella estiró su mano hasta mi hombro y comenzó a tirar y empujar del mismo para sacudir mi cuerpo sin decir palabra alguna. Finalmente se detuvo para sentarse a mi lado. Rodeó con su brazo mi espalda y comenzó a susurrar incoherencias en mi oído.
-Ya vámonos, tenemos que irnos -me decía. Sin embargo no hubo reacción de mi parte.
Me tomó del brazo y comenzó a tirar de él, arrastrando el peso muerto de la mitad superior de mi cuerpo a la orilla de la cama, la cual cedió a la gravedad y se desplomó dando un golpe seco en el suelo.
-¿Ya te fuiste? -me preguntó en ánimo derrotista- ¿Ya me dejaste?
Al verse nuevamente sin respuesta se dio la vuelta, se encaminó molesta y con pasos decididos hacia la puerta de corteza podrida; sin decir una palabra más salió de la choza y comenzó a caminar sobre la tierra recién empapada por las esporádicas tormentas primaverales. En ese instante me puse de pie en un salto y corrí tras ella. Mientras la abrazaba le dije quedamente al oído: 'No te voy a dejar nunca'. La subí a mis hombros y la llevé cargando hasta la entrada de su casa, cojeando por la reuma, pero revivido por el destello de su risa infantil.
Ella estiró su mano hasta mi hombro y comenzó a tirar y empujar del mismo para sacudir mi cuerpo sin decir palabra alguna. Finalmente se detuvo para sentarse a mi lado. Rodeó con su brazo mi espalda y comenzó a susurrar incoherencias en mi oído.
-Ya vámonos, tenemos que irnos -me decía. Sin embargo no hubo reacción de mi parte.
Me tomó del brazo y comenzó a tirar de él, arrastrando el peso muerto de la mitad superior de mi cuerpo a la orilla de la cama, la cual cedió a la gravedad y se desplomó dando un golpe seco en el suelo.
-¿Ya te fuiste? -me preguntó en ánimo derrotista- ¿Ya me dejaste?
Al verse nuevamente sin respuesta se dio la vuelta, se encaminó molesta y con pasos decididos hacia la puerta de corteza podrida; sin decir una palabra más salió de la choza y comenzó a caminar sobre la tierra recién empapada por las esporádicas tormentas primaverales. En ese instante me puse de pie en un salto y corrí tras ella. Mientras la abrazaba le dije quedamente al oído: 'No te voy a dejar nunca'. La subí a mis hombros y la llevé cargando hasta la entrada de su casa, cojeando por la reuma, pero revivido por el destello de su risa infantil.
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