viernes, 19 de septiembre de 2008

Léase: la historia de la humanidad III

Al mismo ritmo que una gotera lejana que resonaba en la oscura pestilencia del drenaje profundo, un homínido de ropajes ligeros y oscuros jugueteaba con un puñado de monedas de latón esperando la llegada de su contacto. El agua apenas visible le llegaba a los tobillos y temblaba haciendo parpadear pequeños haces de luz. La espera, a pesar del control casi absoluto que ejercían los civiles en resistencia sobre el despojo del alguna vez terrorífico ejército invasor, le inquietaba, pues aun conociendo la desconfianza del sujeto que esperaba le parecía exagerado tenerle esperando tres cuartos de hora en un punto de reunión como ése, además conocía el peligro que representaba para él un encuentro de semejante naturaleza, pues, aunque escasas, las acciones urdidas por el Órgano de Inteligencia enemigo, que básicamente constaban en la siembra de pistas y contactos falsos para secuestrar y torturar a muerte a la víctima para obtener información y la localización de las fantasmales sedes rebeldes, eran perfectamente disfrazadas, por lo que al menos diecisiete compañeros suyos desaparecieron de ese modo; las precauciones y la paranoia resultaban insuficientes.

Finalmente un grupo de ratas espantadas anunció su llegada. La penumbra le impedía distinguir atinadamente siquiera su complexión y no tuvo manera de reconocerlo, así que, mientras le seguía por un laberinto interminable de conductos subterráneos tras un gruñido que suponía ser un saludo, posó su mano sobre la culata de su revólver con disimulo. Evidentemente tenía intencio­nes de desorientarlo para que no pudiera encontrar nuevamente el camino y a Rogelio le pareció reconocer en numerosas ocasiones el mismo sitio. Al llegar a lo que parecía ser el fin de uno de tantos callejones el hombre tomó un bastón que encontró recargado en una pared y golpeó siete veces, con intervalos de quince segundos, a través de un pequeño agujero que había en el techo. Acto seguido se abrió una portezuela que iluminó por instantes las paredes verdosas y la fauna de insectos que huyó despavorida. Veinte hombres armados de distintos calibres bajaron y se formaron detrás del contacto, quien a la luz de la superficie evidenciaba sus rasgos extranjeros. Rogelio extrajo de una mochila un saco con unos siete u ocho kilogramos de distintas piezas de oro y se lo entregó. Tras revisar el contenido dio media vuelta e hizo un gesto afirmativo. Ahora contaban con el apoyo de los cabecillas del narcotráfico, quienes echaron a correr por las entrañas de la ciudad. «Al fin estamos completos», pensó.

Guiado por un hombre diminuto pero fornido llegó nuevamente al punto de reunión inicial desde donde pudo encontrar fácilmente el camino que buscaba. Subió por una escalera de acero que a pesar de la edad se mantenía adherida a la pared por necedad y levantó una capa de ladrillos flo­jos que le permitieron la salida al centro de un hermoso jardín donde el resto de sus compañeros le esperaban.

-Fueron a buscar a sus hombres. Regresan a más tardar en dos horas.

Sin embargo cincuenta minutos después el ejército se encontraba completo y acomodado en sus respectivos puestos de acuerdo a los rudimentarios mapas de la mesa de superficie ajedrezada en que se habían colocado, donde los edificios no ocupaban con precisión el espacio que había entre calle y calle en aquella, la avenida principal: protegidos por francotiradores dispersos en las azoteas de los edificios más altos, numerosas agrupaciones de infantería improvisada esperaba con más ansia que miedo. Al otro lado de la avenida, en la glorieta homó­nima, una enorme mancha de soldados idénticos se preparaba para avanzar. Justo antes de la hora acordada para iniciar la operación «exterminio» se oyó un discurso de aliento y esperanza para quienes conformaban el batallón de choque. «…sabemos que no es lo que elegiríamos hacer…» escuchó vagamente Rogelio mientras pensaba «No van a matarme, así que lo mejor será acabar rápido con ellos… con esto… y así olvidarme de toda esta locura». Entonces un compañero suyo, hombre de mediana estatura y prominente frente, cuyos ojos desaparecían tras el grueso cristal de los anteojos, le distrajo:

-Sabes que todo esto es inútil, ¿cierto?

-¿Lo dices por la organización? No tiene caso ser pesimistas ni pensar en ello.

-No. ¿Has escuchado noticias sobre lo ocurrido en el resto de la nación? El ejército sucumbe ante las armas enemigas y es cuestión de días para que los refuerzos vengan a destruir lo que hemos logrado hasta ahora.

-¿No te parece un poco tarde para este tipo de reflexiones?

-Tienes razón. Simplemente quería saber si creías que realmente vale la pena.

Ya en formación, se escuchó un grito de avance en ambos lados y las armas comenzaron a escu­pir muerte desde las alturas. De cada matiz social existente en una nación se conformaban las filas que avanzaban hombro con hombro: soldados, estudiantes, funcionarios, sicarios, madres, inmigrantes campesinos y extranjeros, políticos, comerciantes, policías, músicos, médicos, profesores e incluso algún vagabundo encaraban a una muerte más digna que la que ofrece el terror de la indiferencia. La línea frontal cayó.

A escasos metros del choque entre ambos bandos un pensamiento invadió la mente de todos los combatientes, quienes maldecían la incompetencia y altanería de sus líderes políticos: «Y pensar que todo comenzó como una batalla de esgrima verbal».

Algunos con bayonetas, otros con la culata de sus armas, cadenas, tubos, sartenes, machetes, y los menos con los puños desnudos se arrojaron contra el pelotón enemigo y las bajas comenzaron a incrementar con cada segundo. Una mancha azul, irregular y vacilante, se fusionó con una mancha negra, determinada y mortífera. Pronto se creó una gran confusión y muchos comenzaron a tropezar y caer junto a los cadáveres, muriendo aplastados por la multitud. La desesperación, los gritos, los disparos, el caos, el remordimiento y el dolor se juntaron en un solo punto y de pronto nadie supo quién era quién. Como último recuerdo lúcido Rogelio se visualizó rechazando una última oferta de vida: «Hijo, hay espacio para ti dentro», dijo un extraño armado al señalar una furgoneta que huiría clandestinamente en dirección a la sierra. Entonces su mente explotó y cayó con el cuerpo totalmente acribillado, inconsciente.


Ni un ínfimo recuerdo conservó desde su desmayo y cuando despertó se encontraba en una habitación con pocos muebles de plástico suave y paredes acolchonadas. Sus brazos estaban fuertemente sujetos contra sus costillas y a penas y podía caminar. Se asomó por una ventana y vio al resto de sus semejantes reposando en el pasto, algunos dormitando, otros analizando minu­cio­samente la esquina de una hoja que doblaban y desdoblaban periódicamente, lo cual le hizo soltar, inexplicablemente aún para él, una carcajada tan sonora como tétrica. Continuó analizando la habitación y encontró una charola con platos vacíos y sucios: ya había comido. En la pared opuesta a la ventana podían verse trozos de pared rasgados por el poder de cinco pares de uñas. Sin explicarse su situación decidió sentarse a esperar, espera que concluyó con una respuesta tan vana como cortante: «Saldrás cuando recuperes la cordura», dijo el médico antes de echar llave a la puerta de la habitación. Se puso de pie sobre su cama y comenzó a declamar en tono solemne para un público visible pero inexistente:

-Desconozco la conclusión de mi pasado y me veo ahora aquí encerrado. No sé ni me interesa saber los medios ni las causas de mi despertar en este inhóspito lugar. No me explico por qué sigo vivo y a decir verdad preferiría no estarlo, sin embargo ahora que sé estarlo… -se interrumpió con una carcajada más estruendosa que las anteriores, causada por un cosquilleo en su cerebro-. De nada serviríame preguntar por los resultados de la batalla, y de nada nos sirvió participar en ella, he ahí tu respuesta –dijo al hombrecillo de los lentes gruesos, quien se sentaba en una esquina de la habitación y en un parpadeo desapareció-. El mundo exterior se ha acabado para mí y seré simplemente uno más de los victimarios y victimados que la guerra exige para no extinguir su negra llama. De uno u otro modo nadie ganó ni ganará, sino todo lo contrario: perdemos todos, morimos todos, desaparecemos todos. Las circunstancias, los intereses, el odio y el miedo nos orillan a matarnos los unos a los otros para sobrevivir… ¡de nuestra misma especie! Y es entonces cuando todos nos convertimos en una pieza sin rostro que avanza ciegamente a perderlo todo; y es entonces cuando no importa quiénes somos o éramos, pues a final de cuentas el destino final nos alcanza y el olvido se lo lleva todo con tal prontitud… ¡Sal de mi cabeza de una vez!

Dirigió la mirada hacia la ventana desde la cual se observaba el omnipresente sol, cuya alentadora luz se colaba por la ventana y le calentaba. De pronto la luna lo eclipsó y todo volvió a ser oscuridad.

Estamos condenados a documentar un ciclo interminable: la historia de las guerras: la historia de la humanidad.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Ser dios es estar envenenado

En el éxtasis no estoy solo. Soy como los niños o como los perros que se superan cuando tienen espectadores de sus gracias. Soy un histrión que necesita un público.
El éxtasis es estar envenenado. Ser dios es estar envenenado. El veneno es la sustancia de que está hecho Dios. Dame otra copa de veneno. Veneno igual a euforia, igual a fuerza, igual a la locura.
Laberinto. Laberinto. Tengo el hilo para salir del laberinto. Pecera. Acuario. ¿Soy pez? ¿Soy el visitante del acuario? Me río. ¿Por qué sé que me río? Porque me río haciendo burbujas, porque yo mismo soy una burbuja, una burbuja como una pompa de jabón, una burbuja irisada, una burbuja de plástico, un globo traslúcido, una retorta, una esfera que rueda, que rueda con otras esferas, con millones de esferas y caen, indefinidamente caen, indefinidamente resbalan en el espacio oscuro.
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Fernando Benítez, Los hongos alucinantes, capítulo 3: Delirios y éxtasis, editorial Era, 1964

Vent'anni


Vent'anni sembravan tanti, guardavo davanti a me
Sentivo una forza dentro, io non mi arrendevo mai
Volevo cercare io con gli occhi miei, e scegliermi solo io la vita

Non mi bastava il tempo e non mi bastavi tu
Un anno era come un giorno, io non mi fermavo più
Volevo cercare io con gli occhi miei, e scegliere solo io la vita mia.

Non mi bastava il tempo e non mi bastavi tu
Un anno era come un giorno, io non mi fermavo più.
Tu ruru ruru ruru ruru
Tu ruru ruru ruru ruru

Qui non speravamo di tornare qui, oh no no no no no
Qui non credevamo di trovarvi qui, oh no no no no no

Era molto tempo fa, suonavamo il Rock and Roll
Ora lui chissà dov'è, ma noi siamo qui.

Turu ruru ruru rururu
Turu ruru ruru rururu

------------------Traducción------------------

Veinte años parecían tanto vistos delante de mí
Sentía una fuerza dentro, yo no me arrepiento nunca
Quiero buscar con mis ojos y elegirme sólo la vida

No me bastaba el tiempo y no me bastabas tú
Un año era como un día, no me detenía más
Quiero buscar con mis ojos y elegirme sólo la vida

No me bastaba el tiempo y no me bastabas tú
Un año era como un día, no me detenía más
Tu ruru ruru ruru ruru
Tu ruru ruru ruru ruru

Aquí. No esperábamos volver aquí, oh no, no, no, no, no
Aquí. No esperábamos encontrarte aquí, oh no, no, no, no, no

Hace mucho tiempo tocábamos Rock and Roll
Ahora quién sabe dónde está, pero nosotros estamos aquí.

Turu ruru ruru rururu
Turu ruru ruru rururu


La traducción no es exacta, pero da a entender el significado de la letra.
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New Trolls, Vent'anni, Concerto Grosso per i New Trolls, 1971

jueves, 4 de septiembre de 2008

Epitaph



The wall on which the prophets wrote
Is cracking at the seams.
Upon the instruments of death
The sunlight brightly gleams.
When every man is torn apart
With nightmares and with dreams,
Will no one lay the laurel wreath
When silence drowns the screams.

Confusion will be my epitaph.
As I crawl a cracked and broken path
If we make it we can all sit back
And laugh.
But I fear tomorrow Ill be crying,
Yes I fear tomorrow Ill be crying.

Between the iron gates of fate,
The seeds of time were sown,
And watered by the deeds of those
Who know and who are known;
Knowledge is a deadly friend
If no one sets the rules.
The fate of all mankind I see
Is in the hands of fools.

------------------Traducción------------------

La pared en que escribieron los profetas
Se parte de las costuras
Por encima de los instrumentos de la muerte
La luz del sol resplandece
Cuando todo hombre es desgarrado
Con pesadillas y con sueños
¿Pondrá alguien la corona de laureles
Cuando el silencio ahogue los gritos?

Confusión: será mi epitafio
Mientras me arrastro por un sendero partido y roto
Si lo logramos podemos sentarnos
Y reir
Pero temo que mañana estaré llorando
Sí, temo que mañana estaré llorando

Entre los portones de hierro del destino
Se sembraron las semillas del tiempo
Y regadas por las hazañas de aquellos
Que saben y que son conocidos;
El conocimiento es un amigo letal
Si nadie establece las reglas
Veo que el destino de toda la humanidad
Está en manos de tontos
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King Crimson, Epitaph, Album: In the Court of The Crimson King, 1969